lunes, 26 de noviembre de 2012

La Convención del Patrimonio Mundial cumple 40 años de protección de los bienes culturales y naturales.


El 16 de noviembre de 1972 la Conferencia General de la Unesco, reunida en París, aprobaba la "Convención sobre la Protección del Patrimonio Mundial Cultural y Natural", más conocida como "Convención del Patrimonio Mundial" o "Convención de París". Este viernes, por tanto, se celebra el 40 aniversario de un documento que puso las bases para implicar a 188 países en la protección y conservación del patrimonio de todos.

Las normas, recomendaciones, directrices, programas, iniciativas, pautas,... que emanan del texto de la Convención, de su Guía Operativa de Aplicación, del Comité y del Centro de Patrimonio Mundial, son reconocidas por todos esos países los cuales son guiados de forma efectiva en la conservación de los bienes más relevantes que atesora la humanidad. Así se comparte un compromiso, y unos principios, para proteger esos bienes y poder trasmitirlos a las generaciones venideras en toda su integridad.

Bienes culturales, como ejemplos representativos de diferentes épocas, creaciones del hombre que se remontan al arte rupestre o más cercanas en el tiempo como el patrimonio industrial; bienes naturales, como últimas reservas de naturaleza virgen, parajes singulares con valores universales; todos ellos sobrepasan las actuales fronteras político-administrativas y pasan a ser propiedad de toda la humanidad.

La "Lista del Patrimonio Mundial" otorga un marchamo de calidad y singularidad a los bienes que en ella se inscriben. No sólo por ser merecedores de tal distinción, por su valor, también por las garantías que los Estados Parte han dado en cuanto a su protección y conservación.

Castilla y León, una de las regiones más ricas de Europa, en cuanto a patrimonio cultural y natural se refiere, está muy lejos de ser el ejemplo a seguir por aquellas otras que sin tanta experiencia, y tan diversa, tienen la obligación de preservar su patrimonio. La ausencia de voluntad política para priorizar la protección del patrimonio (más allá de aquel que ya ha sido distinguido mundialmente), la lenta catalogación y protección legal de bienes (siendo incompleta en la mayoría de los casos) y la escasa inversión económica en el mantenimiento y conservación de los mismos (por parte de todos los implicados), denotan cómo en Castilla y León todavía hay mucho por hacer.

El modelo actual basado en la promoción turística de los bienes más relevantes, que curiosamente tampoco reciben toda la atención que merecen, es un modelo basado en la rentabilidad económica y en la aportación de atractivos para el sector servicios. La prioridad debe ser proteger y conservar, con rapidez y capacidad, puesto que la diversidad patrimonial de esta región es un hecho que la distingue.

Conservar el patrimonio y protegerlo es la mejor promoción que se puede hacer del mismo; la difusión únicamente debe basarse en una amplia valoración del patrimonio por parte de la población local y del público exterior; y la inversión en materia de patrimonio debería, precisamente en este momento económico, incrementarse puesto que se trata del principal y más distintivo recurso que tenemos.

El Estado Español, que ha ratificado la Convención de París, en virtud de la cual se convierte en uno de los países con más bienes inscritos en la Lista del Patrimonio Mundial, no debe excusarse en la transferencia de competencias para dejar de vigilar el cumplimiento de las recomendaciones del Comité de Patrimonio Mundial o de la propia legislación nacional.

La Convención del Patrimonio Mundial se considera el texto que más éxito ha tenido entre los distintos países miembros de la Unesco y es el más ratificado de todos los que ha ido elaborando la Unesco. En estos días, en los que 188 países organizan actos de celebración, también se celebra el trabajo llevado a cabo, el éxito global obtenido en cuanto a protección y difusión del patrimonio y la satisfacción por compartir un proyecto mundial que es reconocido ampliamente por toda la humanidad.

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