viernes, 15 de marzo de 2013

Antonio Escario, arquitecto. Valencia


Artículo de Alberto Peñin

Hay un buen puñado de arquitectos valencianos actuales que pasan desapercibidos para el gran público, a pesar de la innegable calidad de sus obras y su influencia en la escena urbana de la Valencia moderna. Quizá por no disponer de un gran aparato publicitario o por realizar una arquitectura al margen de las modas y algarabías formales de los últimos años. 

Uno de ellos es, sin duda, Antonio Escario, hoy con más de 70 años, profesor de Proyectos de la Escuela de Arquitectura durante 18 años y Académico de Bellas Artes, miembro de una generación, en la que se incluyen otros buenos profesionales como el grupo GODB (encabezados por García-Ordóñez y Dexeus), Rafael Tamarit, Camilo y Cristina Grau, etc. que sucede a la de los arquitectos de la posguerra más sobresalientes (Colomina, Estellés€), cuyo trabajo merece ser divulgado. Quisiera, con él como ejemplo, ayudar a asociarlos a unas obras que han tenido repercusión en Valencia. 

En el caso de Escario, hablamos del equipo Escario, Vidal y Vives, EVV, (formado con José Antonio Vidal y Pepe Vives), uno de los más importantes estudios de arquitectura de los años 70-90 y autores de La Pagoda y otros edificios de viviendas, oficinas y centros universitarios que comentaremos.

La mayoría los realizó el equipo EVV, montado en Valencia al acabar sus carreras en Madrid en 1963-64, y que duró hasta la prematura muerte de Vives y su posterior disolución, a principios de los 80. A ellos tres pertenecen muchas obras de los Ensanches, y fueron muy apreciados por la burguesía valenciana más receptiva a la arquitectura moderna. Sus características personales, su organización profesional y una enorme capacidad de trabajo encajan y consiguen el aprecio general. Su obra, con una composición rotunda, acabados cálidos de ladrillo oscuro o revoco blanco, uso delicado de la madera, trabajo integrado desde la estructura hasta los detalles, impresionantes zaguanes€. se singulariza pronto en Valencia. Escario, además, mantiene la vinculación con su ciudad natal, Albacete y ejerce allí como arquitecto de la Diputación y del Ministerio de la Vivienda, dejando una obra de la que destaca el Museo Provincial de 1973 y los Hospitales Provincial y Siquiátrico. 

La ruptura de EVV es pareja a su aventura profesional en Benidorm, su segunda época, con piezas como los apartamentos Sta. Margarita, Gemelos, Londres y el Hotel Bali. Su traslado como funcionario a Valencia, le devuelve a primera línea profesional, con edificios públicos y privados como la Tesorería, las Oficinas de Hacienda en Marqués de Sotelo en el antiguo solar del cine Rex, la Facultad de Farmacia en Burjassot o la reforma del Cine Capitol, amén de una serie de edificios residenciales, realizados casi siempre en equipo con otros técnicos. Incluso en su última época mantiene esta característica de trabajo, muy propia de su generación. Aquí fijó finalmente su residencia y, desde la Unidad Técnica de la Universitat (donde obtuvo plaza en 1989), ha estado presente „con Luis Carratalá„ en casi todas las realizaciones de la misma: Aulario, Restauración del viejo edificio de la Nave, Habilitación del Rectorado en la Facultad de Ciencias, Escuela de Ingeniería y Parque Científico en Burjassot-Paterna, donde aún trabaja. Su contundencia expresiva y su elegancia de líneas sigue patente, pero sus propuestas son más sutiles e industrializadas.

La Pagoda, su obra más conocida
La Torre Ripalda (1973), conocida como «La Pagoda», es una promoción privada de Gómez Lechón (quien les había encargado en 1966 las viviendas de Arévalo Baca) en un solar privilegiado ocupado por el Palacio de Ripalda, ya demolido. Escario gira la planta perpendicular del edificio a la Alameda prevista en el Plan Parcial, para alinear su eje compositivo con el Puente del Real y generar una pieza casi simétrica que busca protagonismo visual con su gran alzada (XVI pisos en su vértice) y sus formas, con antepechos macizos y terrazas corridas muy amplias, suavizadas con jardineras y carpinterías de madera, y remates redondeados y abiertos, «esquinas bífidas», que le han dado el sobrenombre de «La Pagoda» y han popularizado su traza. Es el edificio de Escario de mayor reconocimiento público, precisamente en un punto neurálgico de la ciudad, del que nos queda sólo el mal sabor y la nostalgia del palacete romántico anterior. 

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A mí, personalmente, me gusta el comedimiento y la implantación del conjunto de viviendas llamado Torres de la Universidad, frente al Campo de Deportes (proyecto 1975), aunque su impacto urbano y su aportación a la imagen de Valencia es bastante inferior, ya que quedan como perdidas en la edificación abigarrada de la zona trasera de la Facultad de Medicina. Las tres torres, idénticas (el acabado de la última se abarató y se nota), con 156 viviendas, locales „donde ha estado la Volvo„ y aparcamiento, también privadas, promovidas por Espacio SL se distribuyen a distancias iguales en damero, con XIV plantas y unos locales en planta baja perimetrales, que ocupan una manzana completa. 

Las viviendas, tres por planta, mantienen una orientación Este-Oeste, tienen terrazas cerradas con antepechos macizos y ya incorporan carpintería de aluminio, todo dentro de una contención expresiva que no les priva, como no lo hacía La Pagoda, de un carácter acogedor y amable que siempre se reconoce en la mejor arquitectura moderna. No olvidamos el papel que, para ello, ha jugado en ambos casos (como lo hará en el edificio del Parterre, de traza menos austera), el afinado detalle constructivo, el uso del ladrillo visto oscuro y también la jardinería, tanto en planta baja como en los pisos. Por no hablar de los zaguanes, tan apreciados por la burguesía local, y cuyo mimo repetirá en toda su obra.

Otro edificio que reconocerán los valencianos es el de la Tesorería de la Seguridad Social (1991) de IX plantas y ático, en Colón 60, frente a El Corte Inglés, cuyo proyecto les fue encargado a EVV por concurso y que fue promovido para oficinas y aparcamientos por Gil Terrón, padre, con un bajo, previsto para Promobanc, que habilitó posteriormente Escario „ya sólo„ para la citada Tesorería. La excepcional estructura metálica con arco de descarga de fachada que deja libre (sin pilares) la planta baja, permite ganar acera a la calle Colón y completa un atrevido diseño en sección, mientras mantiene el uso de ladrillo visto, aquí abrazando una doble fachada de cristal y aluminio. Este alarde estructural muy propio del autor y su escala institucional, lo han configurado también como una pieza de referencia en la Valencia de hoy. 

No quiero dejar de citar los edificios de viviendas de promotores locales en los que destaca su elegante factura, el dominio de las plantas de distribución (base del éxito de la promoción), de acabados y materiales (casi siempre en piedra o ladrillo), y en los que quiero destacar su sometimiento a las estrictas Ordenanzas de Ensanche, pero en los que asoma, en ciertos detalles (remates, plantas bajas atípicas, composición llamativa..) el carácter indómito y creatividad de su autor, que, seguramente, le lleva a formalizar estas piezas complementarias con algún «gesto personal» a modo de firma de autor. Es el caso de los edificios de viviendas en Gran Vía-Taquígrafo Martí, Conde de Salvatierra 13, Senda de Senent 1 o Fernando el Católico-Borrull. Los edificios de Arévalo Baca 3 (1966), Serrano Morales 6 (1981) y Guillem de Castro 41 (2003, frente al MuVIM), son los que más me interesan, como ejemplo de una excelente arquitectura de ciudad.

Obras de rehabilitación
Donde sí hay renuncia al protagonismo urbano es en sus obras de rehabilitación (Hotel Dimar, Club Escorpión, antigua Universidad, Rectorado, Cine Capitol), donde da ejemplo de la capacidad de adaptación de un profesional educado en una arquitectura rompedora con la historia, que se incorpora pacíficamente a la cultura del patrimonio y de la reutilización, lo cual „añado yo„ hubiera sido imposible sin disponer de unas características personales adecuadas: sensibilidad, capacidad de análisis, importancia del diseño y minuciosa elección de materiales.

Debo incidir en la influencia recibida por Escario de la arquitectura brutalista de hormigón visto («menos bromas con el hormigón», decía en su discurso de ingreso en la Academia) y alardes estructurales, mucho más evidente en sus edificios de juventud, que nos remiten a Paul Rudolfh (Escuela de Arquitectura de Yale) y sobre todo al japonés Kenzo Tange (Centro de la Paz de Hiroshima), de la segunda generación de arquitectos modernos; arquitectura de la que, por cierto, tenemos un excelente ejemplo en la Universidad de Cheste de Moreno Barberá. El Museo de Albacete, las Torres de la Universidad, la Tesorería, incluyen sutilmente esta atracción hacia las estructuras, que tiene su punto álgido en la serie de rascacielos de hormigón en Benidorm (Hotel Bali, 2002, 52 plantas y 186 m. de altura) con promotores „y clientes„ más interesadas en estos alardes y en las que cuenta con importantes ingenierías, como la de F. Regalado. Creo que todos los proyectos de Escario, disponen de un plus de «cálculo» que no nos debe pasar desapercibido y una adecuación entre estructura y planta, que quizá también Miguel Colomina en la generación anterior había planteado en nuestra ciudad: edificio de la Confederación junto a Mestalla. 

Su conferencia de ingreso en San Carlos en abril de 2008, resume su pensamiento. Aboga por que la arquitectura, frente a la simple construcción, «tenga sentido» y clasifica como «arquitectura real» la que se desarrolla en alguna de los cuatro perfiles siguientes: el icónico, el de protección patrimonial, el de arquitectura de autor, y por último el de la arquitectura sin identidad, con la que no se identifica. De los tres primeros supuestos tenemos en la obra citada excelentes ejemplos. Estamos, sin duda, ante uno de los más interesantes arquitectos de la Valencia a caballo entre los siglos XX y XXI.

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